Tuesday, September 30, 2008

HABEROS QUEDADO EN CASA, CAPULLOS por Sandro Romero


Contra Escena
¡HABEROS QUEDADO EN CASA, CAPULLOS!.

25/09/08
Por:sandroromerorey

El domingo es el día de los guayabos maduros. E ir a teatro un domingo debe ser el equivalente a la antesala del infierno. Pero no. Cada vez más existe la posibilidad en Bogotá de ver obras escénicas el séptimo día, ideal para quienes estamos en temporadas artísticas durante la semana y no podemos disfrutar de lo que hacen nuestros colegas. Uno de esos espectáculos dominicales se ha venido presentando a lo largo del mes de septiembre de 2008, con un positivo “boca a boca”. Se trata de la nueva puesta en escena de Manuel Orjuela, compartiendo crédito de dirección con Marc Caellas: un particular divertimento titulado “¡Haberos quedado en casa, capullos!”, escrito por el español Rodrigo García. Una obra que no sucede en ningún espacio convencional, sino en un relajante “via crucis” por el Barrio La Macarena, el cual comienza en el patio de la Galería Valenzuela Klenner, continúa en el Bar “En Obra” y termina al frente y al interior del mismísimo apartamento del co-director Orjuela, situado en la Calle 25C con carrera 4ª.A, Apartamento 202. En Europa, este asunto se conoce como “Teatro en un Apartamento” y tiene bastante acogida entre las personas que quieren nuevas aventuras escénicas sin necesidad de sentarse en un palco de butacas. Orjuela ya se había internado en dicho tipo de experiencias en su destacada “Carta de una desconocida”, con un elenco femenino, a partir de textos de Stefan Zweig. En aquella ocasión el asunto lo denominaban “Teatro a domicilio” y fue una obra ampliamente difundida, la cual empezó presentándose en pequeñas habitaciones y terminó en temporadas nacionales e internacionales.

Ahora, el asunto es a otro precio con esta llamativa obra itinerante. Comenzamos con un monólogo femenino, interpretado con propiedad por la actriz Jimena Durán, a quien habíamos visto hace poco en la puesta en escena de “La muerte de un viajante” en el Teatro La Castellana. Frente a una niña que juega con una pelota (Valentina Monsalve), la actriz se dirige al público “como si fuera ella misma” y lanza una diatriba contra el orden del mundo y sobre el juego macabro de intercambiar las cabezas de los infantes. El público, que no supera la veintena de personas, mira, miramos, en silencio, entre sonrisas tímidas y callados acuerdos.

Quince minutos después, un guía nos invita a dirigirnos al Bar “En obra”, un par de cuadras adentro del corazón de La Macarena. Allí, algunos alcohólicos, trepidando por la resaca de la noche anterior, apuran un vaso de whisky, mientras comienza el segundo monólogo, en este caso el de la actriz Patricia Tamayo (acompañada por Margarita Hasbún), una mujer borracha que se baña en alcohol mientras le enumera a su supuesta madre todas sus desgracias. El resultado es impecable. Continuamos el recorrido. Apartamento 202. Nos acomodamos los espectadores, al borde del ventanal, mirando hacia la calle. El actor Carlos Gutiérrez, parado debajo de un árbol, grita hacia nosotros, hacia el edificio, como si fuera un borracho insoportable dándole cantaleta a una novia perdida. Pero no. Se trata de un borracho metafísico, que delira sobre la importancia de las palizas en los seres humanos. A juzgar por los resultados, se trata del bloque más hilarante y que tiene mejor complicidad con el público. El actor nos increpa, mientras pasan los carros, los ñeros y los transeúntes desconcertados.

Finalmente, nos damos media vuelta, nos sentamos en la sala del apartamento y allí somos testigos de los consejos que el actor Mario Duarte le da a su “hijo” Martín Fernández, quien no para de leer un libro, mientras su padre, bebiendo una lata de cerveza, lo insta a que trabaje y lo llena de sus propias experiencias, con ambiguas alusiones pornográficas. Duarte se va, el hijo lo sigue y, antes de perderse, el pequeño mira a los espectadores y nos insulta: “se hubieran quedado en casa, güevones”. Y chao. Aplausos cerrados.

No sé si “güevones” sea la mejor traducción de “capullos” al español (castellano, dicen en la península), pero el conjunto es muy agradable. ¿Hacia dónde va esta experiencia? Es un juego, sin lugar a dudas, pero es un juego muy bien escrito, con alta dosis de poesía “urbana”, con un concepto de puesta en escena que toma por sorpresa al público, lo saca de su neutral postura de espectador pasivo, y lo lleva a “compartir” un delirio que, a pesar de reconocer el artificio, se “vive” desde una perspectiva harto diferente.

Al final, concluimos que estamos viviendo fragmentos de un mundo interior desbaratado, de cuatro habitantes del universo que se dan contra las paredes para sobrevivir, en medio del humor, el caos, el absurdo y la desazón.

Luego de la temporada de “Simplemente el fin del mundo” de Jean-Luc Lagarce en la Casa del Teatro Nacional, el director Manolo Orjuela sigue con sus pesquisas, esperando que los juegos de la escena lo ayuden a entender una realidad que no tiene explicación.

En horabuena, capullo.

http://www.eltiempo.com/participacion/blogs/default/un_articulo.php?id_blog=3630999&id_recurso=450012736

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