Sunday, August 13, 2006

LA CENA en el Espacio Plural de Trasnocho Cultural





En el Espectador

Si las instituciones culturales no tienen un marcado crecimiento en cantidad, calidad y espacio están condenadas a desaparecer o quedarse rezagadas con sus vitales servicios a la comunidad, sean privadas o públicas u oficiales, y por ende su desaparición está anunciada o garantizada, ya que los colectivos crecen y piden o exigen no sólo más sino siempre lo mejor y no aceptan mediocridades. Y eso rige para todas las naciones desarrolladas o para las que van más atrás y pretenden alcanzarlas.El fantasma de que eso pueda llegar a sucederle a la Fundación Trasnocho Cultural no deja dormir a su gerente general Solveig Hoogesteijn y por lo tanto ella se las ingenia, cotidianamente, para que esa “burbuja” que mora en los sótanos del Centro Comercial El Paseo Las Mercedes siga en expansión y en función de la demanda de los espectadores y de los artistas que han transformado a dicho espacios en el Ateneo de Caracas del siglo XXI... y no es precisamente una cortesía.Ante esa “sana presión” que, desde hace cuatro años, están aplicando los teatreros para la creación de otra sala, diferente a la que se conoce como Teatro Trasnocho, donde se pueda exhibir un género de espectáculos alternativos ante los que anidan en la ya tradicional cartelera comercial, ahora sí se está utilizando un “espacio alterno” o “múltiple”, que además sirve para programar conferencias y talleres, como sala provisional de teatro. Ahí, precisamente, acabamos de ver el montaje La cena, de Giuseppe Manfridi (Roma, 7 de marzo 1956), puesto en escena por Marc Caellas y con los capaces y versátiles comediantes:Alejo Felipe, Antonio Delli, María Fernanda Ferro e Ignacio Márquez.La cena, que le permitió a Marc Caellas (Barcelona, España, 14 de septiembre de 1974) debutar como director, con actores cubanos y españoles, en la temporada del 2002 en Miami, ahora lo relanza en Caracas como un sobrio puestista, cuidadoso del trabajo actoral y un buscador de nuevas formas espaciales para la ubicación del público, aunque ya antes había remontado, a partir de la puesta en escena de Elizabeth Albahaca, en la temporada del 2006, el unipersonal La noche de Molly Bloom, con la participación de la Ferro, en los espacios del Centro de Creación del TET, allá en Los Chaguaramos.Se ha dicho que Manfridi escribió esta pieza por encargo de Walter Manfré para su Teatro de la Persona, el cual, según Caellas, “huye de las grandes iluminaciones, la espectacularidad y los efectos especiales, para concentrarse en el actor, el texto y el espectador”. Dicho en otras palabras, para el contexto venezolano, La cena es un regreso al casi olvidado teatro de la palabra, al de las acciones mínimas, al teatro del teatro, a ese que es como un papel carbón de la vida misma.En La cena, con una situación y unos personajes burgueses, tres seres humanos juegan a vivir sus vidas según sus reglas, sin importarles para nada el otro. Un padre celoso que desea lo mejor para su hija, pero que no le deja una elección y no le permite el error, aunque ese siempre llega y se repite; una hija libertina que quiere hacer su vida, a sabiendas que tiene un papá que la quiere y es dueño de una fortuna, y un amante-marido-novio que busca un braguetazo que le cambie la vida por un tiempo; también hay un ex marido, cabrón además, que funge de sirviente. Son, pues, cuatro seres atrapados en una espantosa telaraña, donde lo único con sabor a vida es el vino tinto que ellos y el público consumen casi nerviosamente.Las actuaciones son versátiles. Nada sobra ni nada hace falta. Todo está en su sitio y lugar. Es una ceremonia donde todo se ha preparado y espera su final, especialmente cuando el celoso padre quema los cheques para castigar al imbécil que su hija ha escogido como pareja. Hay, pues, una comunión casi de índole hiperrealista en cada uno de los personajes, algo que conmueve. Y eso se agudiza porque el espacio escénico y teatral es una gran mesa oblonga, para 25 personas, la cual en una de sus esquinas reúne al trío que trata de cenar, de consumir selectas viandas, pero que lo que hacen es envenenarse por sus dramas.Creemos que el público hubiese tenido una mayor y mejor participación en este evento teatral, no sólo bebiendo el vino tinto, sino que el espectáculo hubiese tenido otras características lúdicas y seguramente hasta un final mucho más dramático, si además hubiese consumido los mismos alimentos del terceto principal. Es casi seguro que uno o varios espectadores hubiesen dicho o participado en ese juego escénico, donde hasta el chulo (felizmente encarnado por Delli), porque de eso se trata, culmina semidesnudándose para complacer, inútilmente, al difícil suegro.ver http://elespectadorvenezolano.blogspot.com/

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